viernes, 2 de julio de 2010

Algo pasa en la caza...


El otro día comiendo con unos amigos, cazadores todos, comentaban las muchas monterías de todo tipo que se estaban quedando sin dar, o dando con muy pocos puestos por culpa de la crisis. Muchos cotos municipales se estaban quedando desiertos en las subastas o se adjudicaban por menos del 50% en segunda convocatoria.

Esto me hizo meditar en la tranquilidad del porche de mi casa, en una tarde más propicia de primeros de septiembre que de finales de otoño, sobre qué está pasando realmente.

Sin lugar a dudas al ser esta una actividad de ocio, está siendo afectada por la crisis que ata en corto a todos los sectores. ¿Pero es esta toda la verdad? ¿Es así de simple? Realmente pienso que no, y que se están pagando abusos de los últimos años en los que, por la afluencia de dinero rápido habitualmente del mundo del ladrillo y aledaños, los precios se habían disparado de una forma abusiva.

Este fenómeno no solo ha afectado a los precios, también ha hecho que se desnaturalice y se desprestigie, como consecuencia, la actividad cinegética que no hay que confundir con la acción de disparar a cualquier “bicho” que a uno le pongan delante.

La inflación que produjo este exceso de demanda en el sistema se trasladó rápidamente a los precios de los cotos, las fincas y a todo el mundo que rodea a lo que se ha denominado “montería comercial” pero que, por extensión, nos ha afectado a todos. Si alguien vendía puestos a quinientos o mil euros en fincas abiertas sin ningún tipo de garantía (Por un desayuno, unas judías y un día de campo) el propietario del terreno, sea privado o comunal, demandaba su parte de pastel.

No estoy criticando esta situación ¡Ni mucho menos! Creo que estos agentes estaban en todo su derecho de aprovechar esta situación, licita y admitida por el mercado. Sólo estoy describiendo la realidad y sus consecuencias que nos han llevado a una grave crisis en el sector, que admitió el todo vale, y olvidó criterios de sostenibilidad como la calidad. Esto ha hecho que muchos individuos abandonen la actividad por criterios diferentes a los puramente económicos, desengañados ante tanto abuso que por otro lado ellos mismos propiciaron en parte.


El otro día comiendo con unos amigos, cazadores todos, comentaban las muchas monterías de todo tipo que se estaban quedando sin dar, o dando con muy pocos puestos por culpa de la crisis. Muchos cotos municipales se estaban quedando desiertos en las subastas o se adjudicaban por menos del 50% en segunda convocatoria.


Esto me hizo meditar en la tranquilidad del porche de mi casa, en una tarde más propicia de primeros de septiembre que de finales de otoño, sobre qué está pasando realmente.


Sin lugar a dudas al ser esta una actividad de ocio, está siendo afectada por la crisis que ata en corto a todos los sectores. ¿Pero es esta toda la verdad? ¿Es así de simple? Realmente pienso que no, y que se están pagando abusos de los últimos años en los que, por la afluencia de dinero rápido habitualmente del mundo del ladrillo y aledaños, los precios se habían disparado de una forma abusiva.


Este fenómeno no solo ha afectado a los precios, también ha hecho que se desnaturalice y se desprestigie, como consecuencia, la actividad cinegética que no hay que confundir con la acción de disparar a cualquier “bicho” que a uno le pongan delante.


La inflación que produjo este exceso de demanda en el sistema se trasladó rápidamente a los precios de los cotos, las fincas y a todo el mundo que rodea a lo que se ha denominado “montería comercial” pero que, por extensión, nos ha afectado a todos. Si alguien vendía puestos a quinientos o mil euros en fincas abiertas sin ningún tipo de garantía (Por un desayuno, unas judías y un día de campo) el propietario del terreno, sea privado o comunal, demandaba su parte de pastel.


No estoy criticando esta situación ¡Ni mucho menos! Creo que estos agentes estaban en todo su derecho de aprovechar esta situación, licita y admitida por el mercado. Sólo estoy describiendo la realidad y sus consecuencias que nos han llevado a una grave crisis en el sector, que admitió el todo vale, y olvidó criterios de sostenibilidad como la calidad. Esto ha hecho que muchos individuos abandonen la actividad por criterios diferentes a los puramente económicos, desengañados ante tanto abuso que por otro lado ellos mismos propiciaron en parte.

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